Hace años vengo pensando que el bienestar requiere de tanto discernimiento como cualquier otra empresa que valga la pena en la vida. Cultivar nuestro bien-estar no solo se reduce a comer verduras, hacer media hora de ejercicio y evitar la Coca Cola. Creo que reconocer aquello que nos hace bien amerita observación y abarca muchas áreas de nuestra vida.
Llevo un número importante de años asociando el bienestar con el equilibrio, pero creo que solo ahora empiezo a saborear sus efectos y su significado. Aunque estoy lejos de incorporarlo plenamente, entiendo que saber qué hago para favorecer mi bienestar es tan importante como identificar desde dónde lo hago.
Cuando digo que es importante definir “qué hago” me refiero a esas acciones o actividades que se alinean con eso que considero es el bienestar. Por ejemplo, si bienestar para mí significa tener un cuerpo saludable, sentirme tranquila y feliz o tener tiempo libre para hacer lo que me gusta, necesito tomar decisiones que me conduzcan por ese camino. Probablemente tendré que revisar mis hábitos alimenticios y de ejercicio, soltar o aprender a manejar lo que me estresa y abrir espacio en la agenda para disfrutar de la libertad de hacer lo que me pegue la gana. Y aunque no siempre resulta fácil definir y realizar esas acciones, creo que podemos intuir con cierta facilidad eso que necesitamos hacer para sentirnos mejor.
Sin embargo, considero que darnos cuenta de la manera como saboteamos nuestro bienestar no siempre se nos facilita. Descubrir la motivación que hay detrás de las decisiones que nos llevan por el camino contrario a nuestro bienestar puede resultar más laberíntico y mucho menos candy que ponernos optimistas cuando empezamos una dieta. Observar “desde dónde hago lo que hago” es un trabajo de investigación y arqueología interior más complejo e incómodo. ¡Esta ruta consume más memoria RAM de nuestro disco! Implica confrontar muchos de nuestros mecanismos automáticos ,casi inconscientes, de supervivencia y defensa. Sobre estos mecanismos están montadas muchas de las estrategias de nuestro ego y él está demasiado cómodo en su trono como para ceder el poder así no más. Paradójicamente, parte del camino hacia nuestra liberación personal está en esa revisión incómoda, así como la posibilidad de alcanzar nuestro verdadero y duradero bienestar.
Mi maestro insiste en que para darle paso a nuestras acciones, palabras y pensamientos iluminados y compasivos, necesitamos primero reconocer qué forma tiene nuestra identidad de dolor. Esa identidad del ego que nos jala hacia actitudes discordantes y emociones como el miedo, la rabia, el juicio y el apego como puntos de relacionamiento con nosotros, los otros y la vida. Es decir, si no sabemos por dónde nos perdemos, ¿cómo vamos a saber encontrarnos? En otras palabras, si no conocemos qué obstaculiza nuestro bienestar, ¿cómo vamos a alcanzarlo?
Curiosamente, relacionarnos de manera amorosa con nuestra vulnerabilidad juega un papel trascendental para descubrir lo que verdaderamente nos aleja de nuestro bienestar. Es importante saber sentirnos incómodos, frustrados o adoloridos para reconocer en esos síntomas información valiosa sobre la situación que estamos atravesando. Ya sé que suena feo y hemos aprendido a huir de eso que no nos gusta pero evitarlo resulta más costoso a largo plazo que enfrentarlo. Mi maestro alguna vez dijo: “Honra tu dolor, porque él te muestra en dónde estás”. Allí hay respuestas, pistas y una increíble oportunidad de transformación que, si la sabemos aprovechar, permitirá que la vulnerabilidad pase de ser un estado constante de fragilidad a cumplir su función de conectarnos con lo esencial que nos ayuda a retomar el camino hacia nuestro verdadero ser y bienestar.
Está bien no siempre estar bien. Reconocer esto, es fundamental para salir de la tiranía del bienestar, esa absurda y binaria creencia de que si no estoy “bien” a la luz de mis expectativas es porque algo en mi está “mal” ¡Bahhh! ¡No es así de simple! Con esto no estoy sugiriendo que de ahora en adelante vamos a relamernos las heridas y zambullirnos en una piscina de sufrimiento mientras echamos sal y limón a nuestros dolores. No propongo alimentar el drama sino agudizar la capacidad de observación y acompañamiento de nuestro dolor e incomodidad. Seguramente sentiremos dolor e incomodidad en muchos momentos de nuestra vida: cuando perdamos a un ser querido, cuando se vea frustrado algún sueño o expectativa o cuando nos peguemos con el borde de la cama en el dedo chiquito del pie. El dolor hace parte de la vida y aprender a relacionarnos con él en lugar de rechazarlo es vital para que no se convierta en sufrimiento y miseria. Creo que el sufrimiento, diferente del dolor, es esa mezcla bizarra de sobre-elaboración mental, apego, resistencia y drama emocional que resulta insoportable y agotadora para quien lo vive y muchas veces para quien lo acompaña.
En relación a este tema mi amiga Carmen María, una mujersota maravillosa que ha caminado con conciencia sus pasos, un día me dijo estas sabias palabras: “La gente no se vuelve a enamorar porque no sabe qué hacer con su dolor”. Y es cierto. Etimológicamente el “enamoramiento” es la “acción y efecto de envolver en amor” y es justo lo que dejamos de hacer cuando estamos vulnerables; dejamos de envolver en amor nuestras heridas. Por otro lado dejamos de enamorarnos de la vida en cada encuentro, en cada comida, en cada día de trabajo y de visitas a los amigos y la familia. Quizás sea porque enamorarse es peligroso. Implica abrir el corazón y los sentidos a lo que tenemos en frente y dejarnos tocar por ello sin la garantía de que será para siempre o que nuestra valentía traerá recompensas. Entonces nos cerramos y vamos al lugar seguro del hermetismo. ¡No es en vano! A nuestra mente de dolor le encanta aferrarse a la idea de que podrá encontrar afuera escenarios que parecen seguros e inmutables para sentirse protegida. Pero este autoengaño es demasiado ingenuo para seguir creyéndolo. Estamos verdaderamente a salvo cuando nos escuchamos, aceptamos lo que sentimos, reconocemos lo que necesitamos y abrimos nuestro corazón a esa parte blanda que es nuestra vulnerabilidad. Si sabemos escucharla nos dará pistas de lo que necesitamos hacer para estar realmente seguros y a salvo de nuestro propio desamor —el peor de todos los peligros—.
Así es que si quieres ir en dirección de tu bienestar es mejor que empieces a perderle el asco a tu vulnerabilidad. Así como un médico escucha y analiza los síntomas de un paciente sin rechazarlos para ayudarlo a encontrar el diagnóstico que puede indicar la ruta hacia la cura, tú puedes reconocer los síntomas que aparecen cada vez que tratas de acercarte a tu bienestar y no lo logras. Quizás encuentres que te llenas de excusas, evitaciones y distracciones para no hacer lo que sabes que necesitas. Aprende a leer y comprender tus síntomas para convertirlos en un mapa que revela los retos que hay en el camino hacia tu bienestar. Para ello la meditación o el mindfulness puede ser una gran herramienta. Te permite llevar tu atención de manera sostenida y neutra a tu interior. En esa atención plena puede surgir la conciencia de lo que el síntoma está tratando de decirte.
Así que la próxima vez que experimentes una rabieta o te sientas lleno de miedo y resistencia, en lugar de huir a tu cabeza o fuera de tu cuerpo, permanece conectado con lo que sientes y recuerda estos sencillos pasos:
Detente, observa y respira hacia ese lugar de tu cuerpo donde surge el síntoma.
Reconoce cómo es tu síntoma y su manera de manifestarse. No analices, no juzgues, no rechaces. SOLO OBSERVA.
Pregúntale a tu síntoma: ¿Qué me quieres decir? ¿Qué me quieres mostrar? Escríbelo en tu diario. Escribir nos ayuda a aterrizar lo que estamos sintiendo y pensando.
Envuelve en amor esa realidad interna, abrázala...en-amórala.
Descansa en esta presencia cálida y amorosa el tiempo que necesites.
Bob Sharples escribió: “No medites para arreglarte, mejorarte o redimirte; más bien hazlo como un acto de amor de profunda y cálida amistad contigo mismo. De esta manera ya no hay necesidad de la agresión sutil de la superación personal, de la culpa infinita de no hacer lo suficiente. Ofrece la posibilidad de poner fin a la ronda incesante de esforzarse tanto que envuelve la vida de tantas personas en un nudo. En cambio, ahora existe la meditación como un acto de amor. ¡Qué infinitamente delicioso y alentador!”
Deseo entonces que cultives la ruta hacia tu verdadero y duradero bienestar como un acto de amor y amistad contigo. Procura ser consciente desde dónde lo haces para no confundir tu bienaventuranza con la “sutil agresión de la superación personal”, la trampa más peligrosa y común de la tiranía del bienestar.
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