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  • Maria Paula Rueda Yepes

Lo que he aprendido de mi abuela




Llevo siete días encerrada en la habitación de una clínica en Bogotá acompañando a mi abuela de 94 años a batallar contra los embates del COVID. Mientras escribo esto pienso lo que he escuchado a varias personas decir en relación a esta nueva cepa: “¡El virus es más suave ahora y sólo a los que no tienen vacunas los puede matar. Es como una gripa fuerte y da cansancio. ¡No es más!” Por consiguiente, todos más relajados porque si nos da, salimos de eso y ya no nos mata.


No estoy de acuerdo con esa postura. Me resulta ligera y poco consciente de la responsabilidad que tenemos todos con los contagios. Ojalá fuera tan simple. Si bien es cierto que finalmente a todos nos va a tocar de una u otra manera encarnar este virus, la actitud y el cuidado con el otro cuentan como acto de amor con quienes son más vulnerables por su edad o condición. Llevo una semana viendo cómo el Covid afecta a un cuerpo cansado y viejo en Full HD, 24 horas al día, con poquísimo descanso y sin anestesia.


Es un escenario dolorosísimo y angustiante. Todos los males se agudizan, todos los dolores se intensifican, caminar dos pasos se siente como una maratón, bañarse como una escalada e ir al baño como un triatlón. Entonces, las funciones más básicas de supervivencia resultan titánicas. ¡Qué cansancio vivir así! Será por eso que cada vez que mi abuela Lucy hace algo tan simple como ir al baño o girarse en la cama, llama a la virgen, a su papá y a su mamá para que la ayuden, esperando que la liberen de tanto sufrimiento o al menos que le den las fuerzas que por sí sola no tiene para seguir sosteniendo la vida.


De la mano del Covid, para muchos ancianos la posibilidad de tener una vejez más tranquila y feliz se convierte en un anhelo lejano. He visto en los ojos de mi abuela agonía, desespero, cansancio, dolor, ganas de morir. Tanto, que mientras escribo esto lloro. Justo ahora entra una de las tantas enfermeras y enfermeros que la han cuidado con un amor conmovedor, incondicional, generoso. Ya no me importa que me vea llorar cualquiera que entre en este cuarto cómodo, pero pequeño para un confinamiento tan prolongado; no puedo salir ni al pasillo. Usualmente me cuesta llorar frente a otros. Sin embargo, no me importa que se enteren que me duele ver a mi abuela así de frágil y adolorida, de hecho me parece sincero y liberador. No tengo porque disimular mi dolor cuando ella ha sido tan generosa dejándose hacer todo lo que le proponen con una actitud de entrega y confianza que no había visto en nadie. Bueno, quizás en los niños. En ellos sí. Parece que estar conectado con lo más puro del corazón hace más fácil la conexión con la vulnerabilidad.


En febrero de este año retomé actividades en Bhumi con la carta del murciélago, esa medicina animal que nos invita a morir a los viejos y resabiados hábitos que no nos dejan abrazar el presente y el futuro bienaventurado que merecemos. Lejos estaba yo de saber que a través del Covid, tendría tan presente esa medicina de muerte y renacimiento.


En tan solo un mes la enfermedad propia y de otros, ha venido sacudiéndome primero suave, luego más intensamente y ahora vertiginosa y contundentemente. El aleteo del murciélago me ha revolcado desprendiendo de mi interior esas limitaciones, ideas e impedimentos que no me estaban dejando abrir el corazón y la mente a una verdad más profunda, más honesta y más amorosa.


Algo así he sentido cuando he perdido a mis hijos. Pero como quiera mis hijos eran una ilusión en mi corazón y cada embarazo perdido era la muerte de una posibilidad futura. Mi abuela ha sido una realidad de amor por 42 años y sentirla sufrir día a día, noche a noche y pensar que sus manitas sanadoras no me acompañarán por mucho tiempo se siente como un intenso estrujón en el alma y el cuerpo.


Creo que la secuencia de eventos que he vivido en estos meses, tiene un hilo conductor que, aunque no sé aún hacia dónde se dirige, sé que están conectados por algún propósito misterioso. Curiosamente tuve COVID con suficiente cercanía y antelación al contagio de mi abuela para poder estar en este pabellón de altísimo riesgo de contagio, en donde todos parecen astronautas, y yo ando sin tapabocas y sobretodo, sin temor a contagiarme.


Estar día y noche con mi abuela ha sido uno de los privilegios más lindos de mi vida actual.

Ella es un ser de luz. Me ha enseñado tanto sin querer hacerlo, solo siendo ella en medio de su memoria perdida del tiempo y el espacio.


Quiero dejar registro de lo que he aprendido a su lado en estos días. Quiero que el ejemplo de la abuela, trascienda las fronteras de su familia y toque tantos corazones como sea

posible.


Justo así ha sido en la clínica. Alguien ya me confesó que es la favorita de los enfermeros por su dulzura y disposición. Cada que llegan a examinarla, despertarla, incomodarla con esas maniobras que, aunque necesarias, pueden ser terriblemente incómodas y dolorosas en su estado, ella se dispone, respira y luego les da las gracias, toma sus manos, los besa y les dice: “gracias mijo, que Dios bendiga tus manos. Gracias por tu bondad.” ¡¡Es para tragarla!! Tanta humildad, tanta entrega, tanto amor no necesita más preámbulos. Yo, trataré de transmitir sus medicinas, aunque creo que el mejor de todos los podcasts sería escucharla y sentirla así como hemos tenido el privilegio de hacerlo día a día los enfermeros, doctores, personal de servicio alimenticio y de aseo y la familia y amigos en las oraciones por zoom, video llamadas y mensajes que compartimos con ella.


Así es que he decidido hacer una serie de mini podcasts sintetizando por capítulos, algunas de las enseñanzas que la abuela me ha dejado en estos días y en la vida. Sin duda, estoy siendo curada por su amor a medida que la cuido. Ya no sé quien ha recibido más sanación, si ella o yo. Ciertamente, ha sido recíproco. No había sentido un amor tan libre de exigencias y expectativas como el que he sentido en estos días. Mi única y verdadera expectativa es que se sienta tranquila, aliviada, sostenida y feliz.


Eso me hace ver, por contraste, cuan condicionado ha sido mi amor hacia otros seres sintientes. Lo lamento por mis afectos humanos, perrunos y vegetales; creí que era más generosa y libre pero ahora me doy cuenta de que no ha sido así.

Con todo ese ancho de banda de amor en el que he navegado en estos días, me doy cuenta que este no descarta límites, claridades ni pedidos. Por el contrario, los aclara y los afirma. No es un amor alcahueta y co-dependiente, más bien un amor libre de transacciones emocionales conscientes o ligeramente inconscientes.


En fin, me voy a dormir. Llevo 7 días durmiendo muy pocas horas. Es la primera vez que me puedo sentar a escribir en esta semana y ya siento mis párpados temblar.


Buenas noches mundo... mañana será un día nuevo para aprender de la viejita más tierna que ha brotado del amor más puro y sincero de la divinidad; mi abuela Lucy Barvo, reina de Corozal y de nuestros corazones.


¡Espera los podcast de las enseñanzas de la abuela pronto!, tan pronto como pueda compartir con mi familia los cuidados de este ser de luz que me acompaña y volver a trabajar y crear contenidos para Bhumi.



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