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  • Maria Paula Rueda Yepes

Volver a casa



Canción recomendada:

¿Quién nos metió en la cabeza que siempre tenemos que avanzar?...A veces el mejor movimiento es retroceder.

Me acabo de comer 2 tajadas de pan de arroz, el hambre no me estaba dejando pensar. Son las 10:46pm y hace frío. Trato de poner mis ideas en el papel virtual esperando despertar a mi escritora dormida. No sé cuántos meses llevo sin escribir pero parece una eternidad, como si se tratase de una vida pasada que estoy invocando a través del acto psicomágico de trasnochar frente a esta pantalla, con música de piano en las orejas mientras mi esposo duerme y mis ideas dan vueltas sin asentarse. Parece que la noche agudiza esa sensibilidad reflexiva que entreno intensa y voluntariamente en la consulta terapéutica durante el día y en la oscuridad silenciosa y solitaria de mi habitación simplemente resplandece sin esfuerzo como estalactitas brillantes en una caverna.


Ya perdí la cuenta de las veces que he tratado en los últimos meses de volver a ese estado comprometido, constante y esforzado que me ayudó a crear Bhumi. Algo se rompió, se esguinzó en mi y no pude obligarme a seguir el ritmo que traía, aunque quería. Como dice la Maestra Ana, parece que mi voluntad se fatigó y como los músculos agotados, necesitaba descanso. No me estaba funcionando el “ándele, ándele” interior, ese espíritu de ratón mexicano acelerado que vivía dentro de mi dándole manivela al motor de la productividad creativa sin importar mi nivel de energía ni la hora. Hoy en día creo que este esguince de la voluntad fue para bien, pero me lo juzgué mucho. ¡Qué difícil es darse cuenta de la bondad que se esconde tras algunos obstáculos e incomodidades que ayudan a replantear o retomar el rumbo de la vida! Mi voluntad lleva un tiempo portándose como esos niños que van caminando y hacen un berrinchito, protestan, dicen que no quieren ir a donde mamá propone, y ante la evidente sordera del adulto, sin más dejan caer las nalgas al suelo en un desafiante pero contundente manifiesto de autonomía corporal. ¡Que para allá no voy! ¡Ya lo decidí! No vale que la mamá los amenace, los regañe o los hale, ellos simplemente no se van a mover sin dar la pelea por su sagrado derecho a no moverse.


Así he estado en varios frentes y llevo meses juzgándome por ello y justificándome por lo mismo. Hace pocos minutos, mientras masticaba la última tajada de pan junté las piezas del rompecabezas de este berrinche motriz y entendí algo muy valioso para mi comprensión y amor propio. Entendí que ese alto en el camino que tanto miré con reproche obedece a movimientos internos que me estaban avisando que iba en la dirección equivocada, o más bien, que estaba caminando de la manera equivocada. Curioso, justo es lo que estoy aprendiendo en fisioterapia en este momento. Llevo 2 años lidiando con un esguince de tobillo que no se cura del todo y después de muchas terapias y de una recaída reciente tuve que aprender a caminar de nuevo. ¡Así es, estoy aprendiendo a caminar a mis 43 años! Resulta que no se apoyar bien la planta de mis pies y eso genera múltiples tensiones y cargas que afectan a todo mi cuerpo, algunas de mis articulaciones, y sobretodo no me deja sanar completamente mi lesión. Esa consciencia corporal básica del apoyo y arraigo de los pies a la tierra, necesaria para garantizar una buena marcha, creía que no la había aprendido en ningún lado. Sin embargo, escribiendo esto, recordé mis épocas de gimnasta olímpica entre los 7 y los 14 años cuando caminaba sobre una viga angosta en perfecto equilibrio danzando y haciendo acrobacias sin caerme. ¿Entonces si sabía apoyar bien los pies pero lo olvidé? O... ¿tal vez he estado demasiado tiempo caminando sobre la viga metafórica del equilibrio entre toooooodooooooo lo que sueño hacer y lo que realmente puedo y me cansé? En todo caso el proceso regresivo de aprender a caminar imaginando que bajo mis plantas existe una línea media que guía y equilibra mi andar, ser consciente de sincronizar los pies en una especie de canon musical, de contrapunto rítmico que complementa y alterna a un pie con el otro para garantizar un correcto balance de las cargas, no puede ser más simbólico y pertinente en este momento de mi vida cuando deseo con todas las fuerzas de mi ser vivir en más equilibrio y con más gozo.


Entonces pensé que esa idea loca que algunos tenemos de avanzar a toda costa, a buen ritmo, rápida y eficientemente sin perder tiempo en repasar y re-pensar las cosas, siempre hacia adelante, nunca hacia atrás, no aplica para muchas situaciones en las cuales re-aprender y re-visitar lo básico es necesario y sobretodo sano. Por algo existen en los caminos espirituales las prácticas fundamentales, el NgÖndro, que el practicante recuerda y revisita constantemente aunque esté aprendiendo prácticas avanzadas en su camino.


Recordé el título de una película ochentera de acción de Van Damme que es la versión gringa del “pa’ tras ni pa’ coger impulso”, o tiene “más reversa un tren” que se llama “Retroceder nunca, rendirse jamás” y pensé, “¡que mantra más agobiante, que angustia y que soberbia tener esa actitud y sobretodo que mentira es afirmar que nunca vamos a retroceder ni a rendirnos jamás!”. Bendita sea la rendición y el repaso, sin ellos andaríamos por el mundo como trombas tercas y decididas yendo pa’ lante sin reflexionar.


Así es que llevo meses retrocediendo y rindiéndome al berrinche motriz de mi cuerpo tratando de comprender para qué lo hace, dejando la soberbia de mi mente y mi ambición que querrían seguir andando a costa de mi bienestar. No puedo perder la esencia de Bhumi independientemente de a dónde me lleve el camino y cuáles sean mis metas y ambiciones. Tengo que recordar mi promesa y ser fiel a ella: con el deseo de que encuentres tus caminos comparto contigo los míos con consciencia, amor y humor. Uno de mis grandes caminos ha sido ser consciente de mi cuerpo, amarlo, respetarlo, bendecirlo, cuidarlo. Si me ha estado haciendo berrinche es porque me ha necesitado y yo no lo he sabido escuchar. ¡Perdóname cuerpo! Gracias por tus mensajes en ese idioma de sensaciones que aún sigo aprendiendo a descifrar.


Así es que estoy resuelta a volver a casa, a esta casa que es Bhumi para mi con menos peso, menos exigencia, un ritmo más sostenible y sobretodo más amor y respeto. En el intento de llenar expectativas irreales y complacer, he sido más agresiva conmigo y con otros que cuando francamente digo “no puedo” o “no quiero.”


Entonces volver a casa para mi es volver a disfrutar, volver a cantar, escribir, volver a entusiasmarme con lo sencillo, con lo esencial que me trajo hasta aquí. Bhumi nació en la pandemia con la intención de acompañar desde lo que se, soy y vivo a quienes sufren. Quizás necesitaba la suficiente dosis de dolor que activa la voluntad de servicio, la compasión y el instinto de supervivencia para ser valiente y dejarme ver en mis caminos, esencia y vulnerabilidad. Desde allí atreverme a invitar amigos y desconocidos a hacer lo mismo: dejarse ver en su elemento para dialogar, cuestionarnos e incomodarnos juntos en torno a lo que resultaba difícil y bello de la vida incierta que estábamos atravesando.


Estoy resuelta a volver a casa consciente de mis ciclos, de mis límites, de los “nos” que debo poner y ponerme. Como dice Ana, estoy en el rediseño de mi ritmo y me tomará tiempo implementarlo. Por lo mismo tengo que ir un día a la vez, aprendiendo de mi animalito interior a tomar y soltar lo que necesito. Espero que compartiendo estas confesiones y los próximos artículos que vendrán en Bhumi, algo resuene en sus propios procesos de vida y este podcast sea útil para personas valientes y dispuestas a repensar la vida, retroceder y rendirse las veces que sean necesarias para su propia salud y bienestar.

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