
¡Cómo nos cuesta el silencio! El silencio es como un lienzo en blanco en donde suena el ruido que llevamos dentro. En esa atmósfera neutra y espaciosa podemos escuchar muchas cosas: nuestra sabiduría, nuestras tonterías, nuestras emociones, nuestra confusión, nuestros anhelos, nuestros juicios, los juicios de otros, nuestras voces, las voces de otros. En el silencio se escucha TODO: lo que nos gusta y lo que no. Por lo mismo, a veces es tan difícil saber lo que realmente está sucediendo en nuestro interior y más aun lo que estamos necesitando para sentirnos bien. En esa cavidad íntima que es nuestro interior hay una mezcla de sonidos que por ratos nos impide distinguir la voz del ego, la voz de otros y la voz de la conciencia cuando no hemos entrenado nuestra atención para diferenciarlas. No siempre es fácil estar frente a esa cantidad de información y darse cuenta de lo que pasa de la piel para adentro. Por lo mismo, el silencio algunas veces resulta más intimidante y enervante que el sonido de la fresa de un dentista: agudo, punzante y tan cerca de la oreja que es imposible ignorarlo. Cuando experimentamos estados como la incertidumbre, la impotencia, el miedo o la fragilidad el silencio puede resultar incómodo y angustiante. Sin embargo, hay un silencio reparador, cálido y pacífico que puede aliviar esa pesada carga cuando prestamos suficiente atención y abrimos espacio en nuestra mente y corazón. A esas cualidades positivas que emergen del silencio consciente, Mi maestro las llama “la melodía del silencio”.
Cada vez noto con más claridad las estrategias que inventamos para evitar los silencios que nos confrontan con nuestro desorden interior y nuestra vulnerabilidad. Por ratos preferimos el parloteo, la cháchara innecesaria, el exceso de información y el agite para no tener que escuchar lo que se está cocinando dentro de nosotros. No temo a equivocarme al asegurar que muchas personas cuando tienen un conflicto o incomodidad, hablan del tema con el amigo, el terapeuta, el socio, la otra amiga, la mamá, la manicurista, el taxista, el otro amigo y con todo el que se deje echar el cuento y contagiarse de su indignación. Buscando tener la razón repasamos en nuestra mente los episodios, argumentos y razones que nos mantienen satelitando fielmente al rededor de nuestros conflictos. Al fin y al cabo son nuestros y se vuelven parte de nuestra identidad; de nuestra FALSA identidad. ¡Y volvemos a empezar! El habla del dolor se activa de nuevo deseosa de echarle carbón a los temas pendientes y hablamos reiteradamente con el uno y con el otro; indignados, acongojados y dolidos nos relamemos las heridas con cada palabra que volvemos a pronunciar. Enquistados en el conflicto, sin poder salir de ese círculo, nos auto-atrapamos en una dinámica nociva que solo aumenta nuestro malestar.
Quizás sea importante diferenciar el ejercicio y el placer de desahogarse cuando hay un asunto atorado en la garganta de la reiteración patológica. Creo que la clave está en la cantidad de veces que abordamos el asunto en cuestión y las señales que nos da el cuerpo después de hacerlo. El desahogo se siente en el cuerpo como una liberación y por lo tanto como un descanso porque soltamos algo que nos atrapaba y abrimos espacio a nuestra paz, felicidad y bienestar. Es obvio que lo que se libera no necesita volver a ser metido en nuestro espacio interior. Es como la basura, una vez sale de nuestra casa no necesitamos volverla a entrar.
Sin embargo, es frecuente que en lugar de desahogarnos practiquemos la reiteración patológica. A través de palabras y pensamientos, revisamos y analizamos lo que hemos vivido y sentido una y otra vez. Lo repasamos en nuestra mente y lo compartimos con otros un número suficiente de veces como para atrapamos voluntariamente en nuestra propia mugre. Al menos yo puedo confesar que me ha pasado y me pasa sobre todo cuando enfrento algo que me resulta muy abrumador o doloroso; activo mi locura y le doy gusto a mi ego. Justo por estos días me he pillado dándole gabela a mi imaginación creando escenarios catastróficos, preparándome para ellos y recorriendo los posibles desenlaces de un futuro gris a la luz de las posibilidades que me ofrece el miedo. ¡Pero, Carajo, si es que todavía no me ilumino!... Y caigo redonda en las trampas de mi miedo aunque trate de evitarlas. El pinche ego se refina y mejora sus estrategias para defenderse. ¡Pobre ego!, busca perpetuar sus estrategias para no extinguirse y en el fondo sus trucos solo son mecanismos de defensa para cuidarme a su manera. La cosa es que estas defensas, a medida que crecemos, nos cobran una factura muy alta poniendo en riesgo nuestra felicidad y nuestras relaciones.
Para salir de este atolladero he encontrado muy útil la práctica de las Tres Puertas que aprendí de mi maestro Tenzin Wangyal Rinpoche, uno de los actuales representantes del Budismo Bön, la tradición espiritual más antigua de Tíbet, y quién ha acercado estas enseñanzas milenarias a los occidentales de una manera sencilla y práctica. En el Budismo Bön se reconocen nueve caminos o senderos para el desarrollo espiritual de los cuales el noveno, el Dzogchen, es el más elevado. El camino de “La Gran Perfección” es el método más directo para comprender la naturaleza de la mente y la realidad de todos los fenómenos. Una de sus enseñanzas esenciales son las Tres Puertas. Cada puerta nos ayuda a entrar o salir de nuestro refugio interno, ese hogar dentro de la piel en donde mora la calma, la sabiduría y la calidez de nuestra verdadera esencia.
Las tres puertas son:
La puerta del cuerpo o de las acciones.
La puerta del habla o de las palabras.
La puerta de la mente-corazón o de los pensamientos.
Cada una de estas puertas, según por donde entremos, nos puede llevar a lugares difíciles o a lugares iluminados. Es decir, podemos conectar con nuestra versión adolorida o sabia a través de nuestras acciones, palabras y pensamientos.
Para tener acceso a esas puertas podemos tomar tres píldoras:
La píldora de la quietud del cuerpo.
La píldora del silencio del habla.
La píldora de la espaciosidad o apertura en nuestra mente-corazón.
Así es que cuando quieras acceder a la sabiduría de tu verdadera esencia puedes tomar conscientemente alguna de estas tres píldoras. Bien sea aquietándote para ir bajando la marea interna de tu cuerpo, haciendo silencio cuando estés repasando una y otra vez tus historias o abriendo espacio en tu mente-corazón cuando estés atiborrado de pensamientos erráticos.
Hoy especialmente quiero proponerte que tomes la píldora del silencio cuando sientas que tu parloteo está desatado y sigues machucando las palabras para avivar el fuego de tu malestar. Cállate aunque tengas razón. Cállate por un ratico y respira. Cállate para percibir el silencio qué hay entre las grietas del sonido. Entre más puedas familiarizarte con el silencio, más fácilmente podrás entrar a ese lugar interno en donde no hacen falta las palabras para sentirte acompañado y seguro. Deja que tu silencio te cure y que surja de él una profunda sensación de paz, calidez y dicha.
Si perseveras en este encuentro inevitablemente te encontrarás de frente con tu intuición y sabrás qué necesitas para tu salud y bienestar. Aquieta tu cuerpo y abre espacio en tu corazón. Entra a tu refugio interno por la puerta del habla tomando la píldora del silencio; a través de sus cualidades podrás escuchar esa melodía cálida, dichosa y pacífica que llena tu interior de luminosidad.
Te dejo esta sencilla instrucción impartida por Tenzin Wangyal Rinpoche para que aprendas a tomar las tres píldoras de sabiduría durante el día o cuantas veces sean necesarias sin contraindicaciones ni efectos secundarios.
Si quieres investigar más sobre las Tres Puertas te dejo estos links.
https://cybersangha.net/fullness-of-silence/
https://youtu.be/NFQHueosN4o
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