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Maria Paula Rueda Yepes

El sagrado derecho de emberracarse


Aprender a relacionarse con la ira es vital

porque no siempre la diplomacia, los estallidos

o la ciega aceptación, nos alivian.



Mindfulness
El sagrado derecho de emberracarse

Para los que no hablan colombiano ‘emberracarse’ es ponerse bravo, encabronarse, o dicho con palabras un poco más groseras pero mucho más precisas, ¡emputarse! (Hasta el corrector del computador tiene reparos con esta palabrota deliciosa y me cambió la u por una a. Sugiere “empatarse”).


Para emberracarse no hacen falta grandes acciones o terribles transgresiones, solo se necesita un toque o pellizco preciso en uno de esos lugares sensibles de nuestra autoestima, valores, historia de vida o heridas, para que la fuerza de la barraquera emerja de las profundidades cavernosas de nuestro ser. A mí se me da fácil lo de emberracarme y quiero pensar que es porque soy un ser sensible :)


Y aunque esto es un proceso espontáneo en todos los humanos no muchos tienen una buena relación con la expresión de ese emberracamiento. La rabia, furia, ira, tiene un lugar marginal en nuestras relaciones humanas porque, al igual que el nitrógeno liquido, puede generar grandes desastres cuando no se sabe usar. Y hacemos bien al tenerle respeto. Pero así como excederse en su expresión puede ser nefasto para nuestras relaciones y nuestra salud física, emocional y mental, reprimirla también tiene terribles consecuencias como no saber poner límites, aplazar necesidades profundas y permitir cosas que nos hacen daño.

Pensaría uno que la furia se activa cuando alguien o algo externo la detona. No es así, muchas veces uno siente barraquera con uno mismo. Uno se emputa a sí mismo con cosas que hace, dice, o deja de hacer y decir que le resultan ¡increíbles! Nos decimos cosas a nosotros mismos como: ¡Cómo pude decir eso! ¡Cómo pude callarme con aquello! ¡Qué rabia haber sido tan tonto! ¡Cómo no me di cuenta de ese error antes de enviar el trabajo! ¡Pero si seré bestia, dañé el carro por no haber revisado el aceite! ¡Cómo soy de burra! ¡Eso me pasa por impulsivo! ¡Eso me pasa por temerosa! Y así, podemos pasar minutos, horas, días enteros recriminándonos algo que no nos gustó, que no nos sirvió, que nos metió en problemas. Y es útil darse cuenta que no siempre somos tan geniales o conscientes como quisiéramos ser, pero no resulta útil el auto maltrato. Así es que me pregunté, ¿cómo podemos validar nuestra ira, darle un lugar, escuchar su medicina sin enlodarnos en ella?

Quizás lo primero que resulta necesario es escucharla sin tomársela dramáticamente en serio. La ira, como el jugo de curuba, necesita colador. Pasarla por una malla de tiempo, discernimiento, respiraciones profundas y auto observación para sacar lo que en esencia nos está pidiendo atender. Porque ella es fuerte y vigorosa y nos alienta al mejor estilo de Hulk, a mover edificios de palabras, acciones y gestos de manera contundente para pedir o en el peor de los casos exigir algo: límites, justicia, reconocimiento. De muchas maneras la ira hirviente y corajuda es la gran abanderada del NO. Pero al igual que le pasa al gigante verde podemos pasar de ser super héroes a villanos si ese no es agenciado de manera violenta. Así es que empiezo por decir que la ira, como la sopa caliente, necesita tiempo para poder ser tomada en serio. Darse tiempo para preguntarse a uno mismo: ¿cuál fue el límite que siento vulnerado? ¿A qué necesito decirle ¡no!? ¿Qué necesidad básica ha sido desatendida y pide ser vista? ¿Cuál es la distancia que quiero o necesito poner con qué o con quién?

La ira puede ser portadora de grandes y útiles mensajes si sabemos escucharla desde la responsabilidad y el arraigo. La responsabilidad de no hacer daño y no hacernos daño y el arraigo que nos da nuestro cuerpo, respiración e intención. Nadie es responsable por nuestras acciones y nuestra felicidad. Somos nosotros los custodios de nuestro bienestar por lo mismo no podemos echarle la culpa a nadie por nuestras miserias. Víctor Frankl decía que uno no siempre puede escoger las circunstancias que vive pero sí cómo las vive. Esto no insinúa en lo más mínimo que debemos ser un un dechado de acciones virtuosas imperturbables. Quiere decir que siempre somos libres de elegir cómo vivir algo. Esa libertad nos salva de las garras del agresor evitando que nos convirtamos en el mismo tirano que despreciamos y nos abre ventanas a nuevas posibilidades de respuesta.

Pero volvamos al arraigo. Arraigarse según la RAE significa echar o criar raíces. Establecer o fijar firmemente algo. Es decir que el arraigo nos ayuda a echar la energía para abajo. Sostenernos y afianzarnos es muy importante cuando la ira toca nuestra puerta. Yo propongo tres tipos de arraigo: en el cuerpo, en la respiración y en la intención. El arraigo en el cuerpo significa literalmente afianzar la base de nuestro cuerpo para poder sostener el torrente energético que trae la ira. Cuando un árbol tiene raíces fuertes puede aguantar vientos intensos sin caerse. Cuando nuestros pies o nuestros isquiones se plantan con firmeza, la energía de la emoción que fluye a través nuestro no nos desajusta, no nos desestabiliza. Nuestro cuerpo nos sostiene en medio de la tormenta. Quizás el viento nos sacuda y muchas de nuestras ramas y hojas se caigan pero nuestro tronco permanecerá estable y firme sobreviviendo a los embates del devenir.

Arraigarnos en la respiración es sostenernos en la conciencia de nuestra respiración. Conectarnos con ese flujo de aire que entra y sale, para activar el poder autorregulador y analgésico de la respiración. Parece que es una bobada respirar bien y con conciencia, parece sacado de un cajón de consejos viejos y conocidos recetados por cualquiera. Este sencillo y poderoso concejo de ser consciente de la manera como respiras, afecta tu fisiología, estimula tu sistema parasimpático (esa parte del sistema autónomo que nos ayuda a relajarnos) y te da tiempo y enfoque antes de actuar. Al regular tu respiración relajas tus músculos, bajas tu ritmo cardiaco, mejoras la vasodilatación y por tanto el flujo de la sangre y oxigeno por tu cuerpo, entre otras cosas. Al fin y al cabo la respiración es la única actividad del sistema nervioso autónomo que podemos controlar ayudando a estimular el nervio vago un sofisticado cableado que nace en la base de nuestro cerebro y viaja por todos los órganos principales de nuestro cuerpo. ¡Y no te dije ni la mitad de la información que estaba escrita en la página de medicina que consulté!

¡Así es que piénsalo dos veces cuando creas que es un consejo pendejo ser consciente de tu respiración!

Veamos el arraigo en nuestra intención, el tercer arraigo que propongo. Arraigarse en la intención es tener claro tu PARA QUÉ. ¿Para qué voy a hablar? ¿Para qué voy a callar? ¿Para qué voy a confrontar? ¿Para qué voy a soltar? El para qué resulta muchas veces más útil en la toma de decisiones que el por qué. El por qué viaja al pasado buscando razones de donde nace algo, su origen y si bien es útil, el para qué nos sitúa en el presente y nos da luces del norte que emprenderemos y la motivación que nos mueve para actuar. Es una plataforma de lanzamiento al futuro inmediato. Darnos cuenta de ese PARA QUÉ puede impulsar acciones poderosas y útiles o inhibir acciones que solo traerían desgracia y desconexión. Arraigarse en la intención es pararse en el para qué que hace sentido a tu conciencia, desde ahí podrás hablar, callar, confrontar, respirar, calmarte o activarte con más confianza de que lo que haces o dejas de hacer tiene un sentido. El para qué le da sentido a tus acciones.

Hacerse responsable, en parte, es sostenerse en estos arraigos, tomar las riendas y asumir que la relación que tenemos con la rabia requiere ser revisada y mejorada. Darte el tiempo y el espacio para EMBERRACARTE y sentir esa ira antes de actuar contra otros o contra ti puede abrir camino a tu bienestar sin negar lo que sientes. Ninguna emoción es buena ni mala. Cada emoción está biológicamente programada para algo. Si te arraigas en tu cuerpo, tu respiración y en tu intención buscas ser responsable de lo que sientes y necesitas, ese enojo tendrá la mejor manera para manifestarse y dará el mejor fruto para tu vida. Así es que ¡a EMBERRACARTE con conciencia, con responsabilidad y arraigo! La vida es muy corta para perderla en una mar de ira o en un desierto de rabias reprimidas.

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