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  • Maria Paula Rueda Yepes

La Poda





Siempre que el clima me lo permite salgo al jardín a meditar y contemplar la naturaleza por una hora. Me sorprendo de lo terapéutico que me resulta.


¡Sí claro! -pensarán los citadinos. ¡Tanta paz me estresa! -me dijo una chica cuando vino a mi casa y contempló el verde de las montañas en medio del silencio. Para el que se lo permite, contemplar es un colador natural de pensamientos. Por arte de magia las pendejadas que pensamos van asentándose como el barro en el río y el agua de la mente se aclara a medida que nos concentramos en el presente. En momentos así llegan epifanías inesperadas, y regalos cargados de sentido para la vida. Justo hoy me sucedió otra vez.


Me encontraba en el jardín contemplando la naturaleza mientras escuchaba los mantras que le hacen bien a mi alma. De repente, me quedé atónita mirando a un árbol de cuyos troncos partidos y secos surgían troncos verdes. No sé cuántas veces he mirado a ese árbol con algo de pesar porque podaron sus ramas dejándolo literalmente manco. No es el árbol más agraciado de mi jardín, pero quizás, si el más resiliente; pasó de ser un tronco seco y estéril a convertirse en un arbolito flaco lleno de flores y hojas verdes.


Esto me llevó a pensar en las podas. Siempre he sabido que son buenísimas pero me resultaban atroces. Yo soy de las que cree que todos los seres, y algunos objetos, sienten (como mi peluche Scott), por lo tanto los machetes me parecían amputadores de plantas. (Admito que aún me resultan un poco escalofriantes). Con toda la atrocidad implícita que trae para mi imaginación de Disney el bendito machete, reconozco que las podas son necesarias para el renacimiento y reverdecimiento de las plantas. Como dice un paciente mío “¡eso es contra intuitivo!”. Pensar que tengo que mochar a la planta para que crezca mejor y más feliz, no parece lo más adecuado y, sin embargo, lo es.


Confieso que no daba un peso por ese árbol, pero después de ver cómo una buena poda despertó de nuevo la vida y magia que vibraba en su interior, quedé convencida de que las podas no son amputaciones, son posibles resurrecciones.


Creo que esto mismo nos sucede a los humanos. Hay momentos en los que estamos tan llenos de hojas, ramas secas y maleza que nuestros frutos no salen y no podemos florecer porque estamos cargados de un montón de desecho orgánico que inhibe nuestra expresión y potencial. Las relaciones tóxicas, ideas tóxicas, hábitos tóxicos, palabras tóxicas son como babosas que nos van comiendo poquito a poquito.


Cuando estamos tan intoxicados de nuestra propia miseria pasa una de tres cosas:

- Uno: nos cansamos de vivir entre tanta mierda y buscamos a un jardinero experto (terapeuta, psiquiatra, amigo cojonudo, retiro espiritual o de autoayuda) que nos ayude en la poda.

- Dos: nos acostumbramos al desecho orgánico y vivimos en un ambiente que huele a compost echándole la culpa de nuestras desgracias a la vida, a los otros o a nuestras incapacidades.

- Tres: invocamos inconscientemente una poda por parte de Dios, el universo, la fuente o como quieras llamarlo/la, es decir, invocamos una crisis lo suficientemente verraca e inesperada como para quitarnos hojas, ramas, troncos y todo lo seco y picho que tengamos de un solo sopetón (en esta categoría caben los divorcios, quiebras, accidentes, enfermedades, pleitos legales, rupturas, por citar algunos). Esta última es un poco más violenta, pero si uno sabe aprovecharla es el portal hacia un verdadero renacimiento.


He pasado por estas tres fases y definitivamente me quedo con la primera, aunque la tercera me ha sorprendido en muchos momentos de la vida con grandes regalos y realizaciones después de la hecatombe. Sin embargo, prefiero la medicina preventiva y visitar al jardinero cada tanto. He decidido ser una mejor aprendiz porque, con tantas almas perdidas en el mundo, Dios y sus ayudantes tienen muchas podas por hacer. Y bueno, ¡la opción dos definitivamente no me seduce para nada! El olor a compost es demasiado desagradable para que se convierta en el perfume de mis días.


Volviendo a la idea del jardinero, si bien recibir la guía de alguien que sabe cómo acompañarnos a visitar nuestros lados oscuros es importante y útil, lo mejor siempre será aprender a ser nuestros propios jardineros. De hecho, un verdadero jardinero profesional nos enseñará a convertirnos en nuestros propios aliados. Nos enseñará a usar las tijeras, la pala, la cascarilla, el compost y el abono (la mierda de la vida) de la manera más adecuada para que nuestras raíces se fortalezcan y nuestra planta florezca. Nos enseñará a desarrollar lo que mi socio llama el “parqueadero de los autos”: auto apoyo, auto observación, auto conciencia, auto estima, auto concepto... finalmente, auto ayuda.


En este proceso tendremos que revisar nuestros pensamientos, emociones y creencias cada tanto para no dejar avanzar la maleza en nuestro jardín interior. Tendremos que mirarnos en el espejo de la conciencia y revisar desde dónde y para qué estamos tomando las decisiones que tomamos. Para progresar podemos hacer una pequeña poda diaria antes de irnos a dormir. Aquí va la instrucción:


- Acomodas tu postura para que sea cómoda sin que te duermas.

- Tomas varias respiraciones profundas y con tus ojos cerrados te preguntas a ti mismo:

- ¿Qué eventos significativos viví hoy?

- ¿En cuáles sentí que perdí mi centro, mi calma o mi felicidad? ¿Cómo me enganché en esto?

- ¿En cuáles momentos me sentí centrado, ecuánime y feliz? ¿Qué hice para lograrlo?

- ¿Qué necesito soltar y qué necesito tomar de este día?

- FIN.

- ¡A DORMIR!


Todo esto me regaló la imagen de ese tronco seco y manco del cual resurgía la vida; tal es el poder de la contemplación (o de los viajes astrales que soy capaz de hacer sin tomar psicotrópicos).


Ver las bondades de La Poda me llevó a la idea de que, al igual que las plantas, todo lo que necesitamos está en nuestro interior: en nuestro ADN, cuerpo y conciencia. Solo es cuestión de darnos cuenta, día a día, de lo que a nuestra planta le resulta favorable para reverdecer y florecer. ¡Así es que, si no quieres que la mierda te consuma, ¡a jardinear se dijo!.



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