Cuando el dolor se asoma en la vida de alguien, encontrar puntos de encuentro con quien causó ese dolor es improbable. Si una herida aún arde al contacto, es muy difícil pensar que ese hijo o hija de su grandísima madre que la causó, que le rompió el corazón, le mató a un ser querido, le robó algo valioso o simplemente lo irrespetó, es una persona digna de consideración y perdón. La rabia, la indignación y el rencor encuentran un perfecto caldo de cultivo para crecer y enquistarse bajo la piel de quien está adolorido. Solo hace falta una espinita bien clavada en el corazón para que emprendamos una vida de mecanismos de defensa refinados y bien justificados.
Defenderse es un arte, el arte del ego que necesita protegerse para no volver a ser herido. Hay defensas activas y defensas pasivas, personas que atacan de frente y personas que se anulan para no ser atacadas. Cada defensa es una elaborada sumatoria de reflejos conscientes e inconscientes de la psique para sobrevivir al mundo agreste de las relaciones... y es el ego el gran maestro de esas elaboraciones. Usualmente se habla del ego como si fuera una cosa cochina que enturbia nuestra existencia y necesita ser desterrada. Sí y no. Es verdad que un ego en automático es nuestro peor enemigo porque nos defiende tanto como nos enloda, pero una relación consciente con nuestro ego es indispensable porque su misión a lo largo de nuestra vida es protegernos.
Conocer nuestro ego, o en otras palabras nuestra personalidad, ver sus luces y sombras y comprender que surge de la necesidad de protegernos de una herida primigenia que empieza en el momento mismo en el que salimos del vientre de nuestra madre, es necesario para no satanizarlo ni vanagloriarlo. No tenemos ego porque sí. Todo lo que hacemos, lo hacemos para algo, para atender alguna necesidad consciente o inconsciente que nos impulsa a actuar. Al fin y al cabo, somos animalitos de costumbres, mamíferos que buscamos sobrevivir en un mundo agitado e inseguro.
Yo he sido una profesional de la defensa personal y una rencorosa bien calificada, capaz de argumentar y justificar mis ataques bajo la carta de la herida que algún día me hicieron. “Usted no sabe lo que ella me dijo”, “si supiera lo que este me hizo”.... Hasta los treinta y seis años me la pasé justificando mis rencores, mis pataletas, mis rabietas y sobre todo mi falta perdón, pero un día me cansé: el día que me casé, me cansé. ¡Qué curioso! Es como si al leer esos votos en el altar, provenientes de la bendición náhuatl, estuviera deseclipsándome del veneno del rencor. La oración empieza así:
!Yo libero a mis padres de la sensación de que han fallado conmigo...Yo libero a mis hijos de la necesidad de traer orgullo para mí, para que puedan escribir sus propios caminos de acuerdo con lo que sus corazones susurran todo el tiempo en sus oídos. Yo libero a mi pareja de la obligación de complementarme. No me falta nada, aprendo con todos los seres todo el tiempo...
Los libero de las fallas del pasado y de los deseos que no cumplieron, conscientes de que hicieron lo mejor que pudieron para resolver sus situaciones dentro de la conciencia que tenían en aquel momento... Yo los honro, los amo y los reconozco inocentes...”.
Fue como si estas palabras hubiesen roto un hechizo en el que me encarcelé por veinte años. Mi rencor empezó conscientemente a los dieciséis años y terminó a los treinta y seis; rencor familiar, social, político, emocional. Acumulé rencores y justificaciones por años pensando que mis argumentos eran lo suficientemente lúcidos y sensatos como para abandonarlos. Me daban una identidad, una ideología y un escudo con los cuales me sentía protegida. Ahora, a mis cuarenta y un años, me sigo encabronando por ratos, me indigno, sí, pero no me permito permanecer demasiado tiempo así. No me hace bien y no le hace bien a nadie. El rencor y el juicio despiertan a la bestia que llevo dentro y esa no es ninguna mascota recomendable para salir a caminar por el mundo. Mi ejemplo evidentemente no es el de una persona virtuosa ni intachable, sino el de una mujer que ha podido ganarle terreno a su sombra. Sé que vale la pena esta empresa porque mi vida jamás había sido tan feliz como ahora. Aun así sé que tengo mucho terreno por conquistar. Cada nuevo día descubro algo que emerge del inconsciente como un diamante en bruto que debo pulir. El que diga que ya se conoce es un ingenuo, el autoconocimiento no termina, solo se refina.
Para esto indudablemente me ha servido el eneagrama, una herramienta ancestral que viene del cristianismo místico de Afganistán y Babilonia. Fue adoptada y transmitida por el sufismo, la senda mística del islam, y llegó a Rusia de la mano del oculista armenio George Gurdjieff; después migró a Chile, a la región de Arica, gracias al místico boliviano Óscar Ichazo de donde finalmente llegó a las manos y al cerebro de quien fuera uno de los maestros más importantes de mi camino: Claudio Naranjo, psiquiatra, músico, terapeuta, meditador y, ante todo, un gran buscador espiritual, pensador y teórico del eneagrama. Claudio vivió muchos años en California en donde se dedicó a estudiar a profundidad la psicología del eneagrama y a escribir sobre el tema; lo hizo hasta el fin de sus días produciendo muchísimos textos valiosos en los que compara esta sabiduría antiquísima con los manuales diagnósticos de la psicología moderna .
Esta herramienta ancestral es un impresionante mapa que facilita el autoconocimiento y el conocimiento de los otros. El eneagrama describe las diferentes estrategias psicológicas y comportamentales de adaptación que los humanos desarrollamos inconscientemente para la supervivencia y a las que llamamos personalidad. El eneagrama es una estrella de nueve puntas que explica los nueve tipos básicos de personalidades en la humanidad y sus interrelaciones, de ahí su nombre. Cada estrategia está identificada por un número al cual llamamos eneatipo. De los nueve eneatipos se derivan 27 subtipos. Podríamos decir que las estrategias adaptativas de la humanidad se pueden describir en 27 tipologías diferentes de personalidades, todas derivadas de una herida primaria ante la cual tuvimos que adaptarnos, defendernos y finalmente sobrevivir.
Según Don Richard Riso, quien ha escrito varios libros sobre el tema, este conocimiento se remonta al año 2500 a. C. Si algo tan antiguo sigue vigente es porque en él reposa una verdad innegable. Conocer un camino que lleva miles de años refinándose al servicio de la sanación humana vale la pena. El eneagrama nos ayuda a comprender que todos, sin excepción, estamos heridos y respondemos a esa herida defendiéndonos. Cuando estamos neuróticos vemos en el otro lo que no podemos ver dentro y pensamos que solo erradicando el mal afuera estaremos a salvo y seremos felices. Nada más ilusorio. El enemigo lo llevamos dentro y, mientras sigamos mirando para fuera, seguiremos haciéndonos daño unos a otros.
Mirar nuestro dolor, acompañarlo, conocerlo y sanarlo es fundamental para que logremos encontrarnos con otros, o al menos desencontrarnos con respeto. El efecto residual de un dolor que no ha sanado es como el de las réplicas después de un terremoto: ante el menor movimiento aparece el miedo de volver a ser sacudido por la vida y por lo tanto la necesidad de defensa.
Si seguimos jalando cada uno para nuestro lado, cada quien desde su herida, su miedo y su estrategia, este conflicto que vivimos jamás va a terminar. ¿Pero, qué podemos hacer nosotros si no somos políticos, líderes sociales ni gobernantes? Lo mismo que ellos deberían hacer: conocer las heridas, revisar los traumas, asumir la sanación y curar la enfermedad que nos hace reaccionar desde el ego. Si no involucramos la conciencia de que todos: víctimas, victimarios, agresores y agredidos estamos heridos, jamás vamos a poder perdonar y por lo tanto sanar a nivel individual y mucho menos a nivel colectivo.
Esto no es una propuesta "candy" que sugiere un perdón artificial en nombre del amor y la armonía a quienes han matado, robado o herido con sus acciones a otros. Todo es un proceso y cada proceso tiene sus pasos y sus leyes. Claro que es importante reprender los errores y condenar las acciones injustas y violentas. Claro que es indispensable administrar justicia y definir consecuencias ante las transgresiones, pero aún eso lo podemos hacer desde la compasión, es decir desde esa conciencia noble que reconoce que entre más horrible haya sido la acción ejercida por alguien más evidente es el tamaño de su herida. Alguien sano no transgrede a sus semejantes con dolo. No olvidemos que, en el fondo, todos buscamos ser felices y quienes optan por caminos de maldad solo están labrando su propia infelicidad, es decir están yendo contra natura. ¡Tamaña confusión merece algo de compasión!
Claro que es indispensable administrar justicia y definir consecuencias ante las transgresiones, pero aún eso lo podemos hacer desde la compasión, es decir desde esa conciencia noble que reconoce que entre más horrible haya sido la acción ejercida por alguien más evidente es el tamaño de su herida.
Si después de toda esta perorata quisiera que te quedaran algunos mensajes simples, lo
resumiría así:
1. Recuerda que todos estamos heridos: buenos, malos, ricos, pobres, lindos y feos.
2. Tu responsabilidad personal y colectiva es encontrar cuál es la forma y el fondo de tu
herida para dejar de proyectarla afuera.
3. Mira cuál es la herida del otro o al menos trata de conocerla a la luz de conocimientos
como el eneagrama.
4. No olvides que lo que le haces al otro, te lo haces a ti mismo.
5. Tú eres parte fundamental del cambio.
Te aseguro que si lo haces a conciencia, reconocerás más puntos de encuentro con los otros de los que jamás habrías imaginado.
**Te dejo un link para que revises el eneagrama si te interesa:
https://www.psicologo-barcelona.cat/eneagrama/
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