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  • Maria Paula Rueda Yepes

Tengo el alma cansada




Tengo el alma cansada de sentir dolor y hasta ahora lo puedo reconocer. Me ha dolido el cuerpo, el corazón, la mente, la ilusión, las expectativas, los sueños, los bebés muertos, el hambre, las comunidades indígenas y raizales olvidadas, la guerra, el odio político, los adolescentes que están hartos de la vida, los niños ansiosos que no encuentran sosiego en sus casas, los perros abandonados y maltratados, el desamor, el continuo y doloroso desamor humano en todas sus formas teñido de indiferencia. Llevo seis meses sintiendo un dolor agudo que no se va, que no se calma, que no afloja. He hecho todo lo posible para acompañar este dolor sin anestesiarme: meditación, acupuntura, ejercicio, lecturas, terapia, más terapia, más acupuntura, silencio, soledad, música. Todo sirve, todo me alivia y aún así vuelve el dolor, todos los días. Pienso entonces en los pacientes de cáncer que sufren dolor crónico y creo que es una especie de depuración ineludible; no hay cómo escapar a esa relación franca, seca y confrontadora que trae el dolor. Ahora entiendo las adicciones; cualquier cosita que ayude a aliviar el dolor, aunque al final sea una trampa, parece una ganga en el instante. No lo juzgo, pero en las adiciones resulta peor el alivio que la enfermedad. Honestamente, atravesar el túnel del dolor a palo seco es muy duro y requiere demasiado estoicismo. Creo que entre vivir anestesiado y vivir a palo seco existen lugares intermedios en donde hay medicinas para el alma y el cuerpo que nos ayudan a sobrellevar, con menos sufrimiento el inevitable dolor.


Leo por estos días un maravilloso libro de Glennon Doyle que me tiene eclipsada, se llama INDOMABLE. Uno de sus capítulos se llama “Dolores”, en él narra dolores de su vida que me recuerdan tanto a la mía que siento escalofrío. Padecer bulimia en su adolescencia y perder a su abuela en su adultez al tiempo que celebra la vida de su sobrina recién nacida la hace entrar en un estado que describe como “estoy en el Gran Dolor del amorsufrimientobellezateruranostalgiaadiós”. Parece como si hubiesen guiones repetidos que salen de cuando en vez en la balota del destino para algunos de nosotros. No en vano podemos entendernos. Esta mujer valiente y hermosa escribe unas frases tan espectaculares que quiero reescribirlas para celebrar que las haya concebido tan bellamente.


La vida en este mundo, en esta dimensión, para quienes somos más sensibles, se torna muy pesada por ratos. Ver y sentir el dolor del mundo es extenuante aún cuando todas mis apuestas estén en hacer todo lo que esté a mi alcance por aliviarlo en las proporciones y posibilidades que me da mi pequeña y anónima humanidad. No en vano existe una capa de indiferencia que flota sobre las cabezas de muchos como esa nata espesa de polución que flota sobre la ciudad, que no interrumpe la vida pero sí la intoxica y sobretodo hace más feo el paisaje. Yo no sé cómo ser indiferente. Siento mucho y meto mi nariz más de lo que debería en asuntos de otros. Aún cuando no se me nota, cuando desaparezco y parece que no me importa, resuena dentro de mi el eco del dolor de otros. Por eso no puedo ver muchas noticias. Me supera. Y entonces, leyendo en estos días el libro justo me encuentro con esta frase: “El Dolor no es una falla. El Dolor es nuestro lugar de encuentro. Es la sede del Club de las personas valientes. Todas las que aman están aquí. Es el lugar al que acudes para reunirte con el mundo. El Dolor es Amor.” ¡Ay Caray! No lo había pensado así pero me resuena cada palabra. Tener el corazón, los ojos y oídos abiertos al mundo trae el encuentro inevitable con el dolor, así como con la belleza, el amor, la bondad, el miedo y tantas otras vivencias agridulces. Estar abierto es estar sintiendo lo qué hay.

Mi maestro dice que el dolor es una puerta para entrar a nuestro verdadero ser. Cuando lo escuché por primera vez me resultó poético y esperanzador; hoy me parece un reto, aún así creo que lo entiendo. El dolor me habla de los lugares internos por los que estoy pasando, me deja ver sus formas y colores, y a través de las sensaciones que experimento, me muestra cuáles de ellos necesitan más amorcito, suavidad, compasión. Me ayuda a mirar con sinceridad ese centro blando y liquido que me habita, para amarme con más dulzura y menos exigencia. En estos últimos meses he sentido como si todo el dolor que he guardado en la vida hubiese salido de repente sin filtro, sin pedir permiso. Como si la costra que detenía el torrente de aflicción que había logrado retener adentro durante años con un dique que construí a punta de voluntad férrea, orgullo, pudor y disciplina espiritual, se hubiese reventado y hubiese salido por fin, sin palabras bonitas, explicaciones sensatas, ni argumentos de sabelotodo, toda la fragilidad adolorida que me habita. Me encontré tan sola y tan acompañada a la vez. Tan fuerte y tan desolada. A solas puedo llorar mejor y soltar esa tristeza que me inunda por ratos sin que nadie se entere. Justo me tropiezo con esta frase en la pagina 98: “De algún modo estoy aquí con todas las personas que han vivido alguna vez, han amado alguna vez, y han sufrido pérdidas alguna vez. He entrado en una región que creía que era la muerte y ha resultado ser la vida misma. He penetrado en ese Dolor a solas, pero dentro he encontrado al resto del mundo. Al entregarme al Dolor de la soledad he descubierto la <no soledad>.” Glennon me ha ahorrado el trabajo de pensar cómo describir ese lugar solitario y cálido, triste y amoroso, íntimo y común que es el DOLOR. Ella me recordó en otras palabras lo que mi maestro me había enseñado: el Dolor es una puerta, no es una falla y es un lugar de encuentro conmigo y con esa alma colectiva que siente y ama.

Aún así reconozco que sentir aflicción sin distraerme ha implicado la necesidad de descansar, reflexionar, meditar, parar, discernir, estar a solas más veces de lo que a la vida laboral y azarosa que traía le resulta productivo. Desde que se destapó mi costra de fragilidad estoy más lenta y puedo hacer menos. Para una persona que ha tenido la tendencia de abarcar mucho e ir rápido, esto supone una encrucijada entre privilegiar la necesidad del cuerpo y la ambición de la mente. En el papel parece una decisión más fácil de lo que en realidad es cuando la inercia de la rutina te empuja a tomar las mismas decisiones todos los días.


Justo ahora me encuentro navegando en esas aguas de dolores propios y ajenos, tratando de no naufragar en lo cotidiano. Me siento como un mamífero terrestre que intenta no ahogarse. Gracias a Dios me he salvado de ser tragada por mi propia marea; más de una vez he visto venir olas que me asustan. Por ello doy gracias todos los días a esa Fuerza Divina que aglutina mis células, que me ayuda a respirar y sostener la vida con gracia en medio del sacudón de las aguas, porque sigo viendo la belleza que me rodea y me acaricia; no he perdido la capacidad para la ver la luz en mi noche oscura.


Y ella sigue diciendo: “El dolor nunca pretendió advertirme: esto se acaba, así que márchate. Me estaba diciendo: esto se acaba, así que quédate”. Me quedé y doy gracias por haberlo hecho. Me quedé sintiendo, me quedé acompañando, me quedé cantándole a lo que me sacude el piso, me quedé en el hospital cuidando a mi abuela, me quedé el fin de semana en el que podía viajar acompañando a mis abuelos, me quedé con mi sobrino cuando podría descansar, me quedé hasta el último minuto frente al cuerpo de mi abuela y me despedí cantando hasta que se la tragó la tierra. Y me sigo quedando mientras sigue la vida un día a la vez, hasta donde puedo.

Cada uno necesita encontrar su medicina en tiempos de crisis, su bálsamo para el corazón roto y las heridas abiertas. Yo he hecho mi propia mezcla y continúo experimentando. Desde hace 11 años sigo un camino budista aunque fui criada católica, por lo tanto aprendí a orar antes que a meditar. En mi infancia aprendí a entregarme a algo mas grande que yo y que el mundo y a medida que fui creciendo aprendí a mirar algo más pequeño y cercano a mi ser, eso invisible que dificultaba mi existencia: el ruido de mi mente y mis emociones. Pasé de rendirme a Dios a tomar las riendas de mi Ego. Ambos me resultan necesarios en este proceso de vivir sin anestesia.

Siempre he tenido una relación estrecha con lo invisible, creo que tiene más poder del que le otorgamos; lo invisible afuera, lo invisible adentro y lo invisible de lo que hacemos parte. Así es que cuando me siento pequeña, indefensa y perdida, conecto con el amor de Jesús y las enseñanzas de Buda, y abro espacio en mi cuerpo, respiro, me estiro, me aquieto y aspiro a conectarme con el Gran Espíritu mientras medito. Hablar de Dios o la religión puede ser un tema polémico en estos tiempos y hemisferios en los cuales hemos tenido la libertad para desafiar su existencia sin perder la vida por ello. No quiero evangelizar ni convencer a nadie de nada. Que cada quien lo tome como quiera: Dios como conciencia, Dios como fuerza, Dios como Padre, como Madre, Como Espíritu, Dios como la mejor versión de su ser, como su octava superior, Dios como un valor, Dios como el vacío que todo lo contiene. Cuando hablo de Dios me refiero a esa fuerza que no es mi voluntad, ni mi razón. Eso que soy yo y que es mucho más que yo. Que me envuelve y me constituye a la vez. Que me supera y del cual hago parte. Ese Dios, esa Diosa, esa Energía, ese Universo, ese Amor, ese Calor que me sostiene y me alivia cuando vienen las oleadas del dolor. Cuando siento el alma cansada me entrego a esa ola de amor y me siento aliviada sin entender porqué.


Pierrakos dice que el ser auténtico está rodeado de una capa de vulnerabilidad qué es necesario franquear para acceder a él. Lo dicen también muchos buscadores que se han embarcado en el proceso de conocerse, sanarse, liberarse. En otras palabras, para acceder a nuestro verdadero ser es necesario sentir el dolor, la fragilidad, la sensibilidad que nos rodea como una nebulosa que rodea ese SOL que somos. Las nebulosas son los nidos del universo donde se gesta la vida. No en vano creo que el cúmulo de gases del dolor también puede formar estrellas en nuestro universo si lo vivimos y acompañamos con más compasión.


Según mi maestro Tenzin Wangyal Rinpoche, hay dos maneras para sentir esa compasión. Una es la compasión relativa y la otra la compasión absoluta. En la primera nos acompañamos desde nuestra personalidad, nuestro sentir, nuestra capacidad empática y llevamos esa mirada más dulce a nuestro dolor deseando liberarnos de él. En la segunda, vamos más allá de nuestra personalidad y emociones y simplemente moramos en la conciencia despierta pura, es decir, conectamos con eso que sentimos sin analizarlo, sin argumentar, solo moramos en la espaciosidad, la luminosidad y la calidez de nuestro ser llevando ese abrazo amoroso, esa compañía incondicional a nuestro dolor. Cuando descansamos en esa conexión con nosotros mismos desde una presencia abierta, amable y consciente, estamos disolviendo la raíz de nuestro dolor.


Poder conocer y atravesar esa capa blanda e incomoda de dolor y malestar que me rodea me muestra mi verdadera fortaleza y valentía. Sospecho que no soy tan valiente como creía. A veces quisiera superar a punta de voluntad y ocupación, el dolor que siento; esta vez no pude salirme por la tangente. Desde que mi abuela murió he sentido un dolor que no me da tregua. No es la primera vez que me siento así, sin embargo creo que en el pasado he sido a veces más dramática, más estoica o más evasiva. No me juzgo… reconozco que fueron las estrategias que usé para sortear las dificultades y dolores que sentía y sobretodo, para seguir adelante. Aún así estaba en mora de sentir mi vulnerabilidad sin tanta arandela, sin rabia, sin juicio, sin culpar a nadie y sin moverme como una maniática. Estaba en mora de sentir… sin evasiones, sin exageraciones. Reconozco que me siento frágil, adolorida, con una gran necesidad de estar sola, quieta, tranquila, a salvo dentro de mi propio refugio porque mi dolor es mío y solo yo lo comprendo totalmente.

Pido perdón a mis afectos, a mis amigos, a mis seguidores cuando me han buscado y han encontrado vacío en el lugar que usualmente ocupaba. Sinceramente es poco lo que puedo dar ahora que mi dique se ha roto y mis aguas internas me tienen navegando por lugares que no reconocía desde que era una escuinclita deprimida y solitaria. Llevaba meses sin escribir, absorta en los movimientos familiares que trajeron la enfermedad y la muerte. Quedé agotada, con los recursos suficientes para seguir funcionando, trabajando, acompañando, pero con poca gasolina para crear nuevos escenarios y propuestas. No hay mal que por bien no venga. Esto me hizo pensar que Bhumi también, y sobretodo, tiene que ayudarme, primero a mi, a sortear las mareas de la vida. Decidí entonces que no quería escribir para enseñarle nada a nadie. No quiero convencer a nadie de lo útil o pertinentes que son mis herramientas y pensamientos. Decidí que quiero escribir para enseñar, en el sentido de mostrar, lo que llevo dentro. Si eso le sirve a alguien, seré feliz. Si no le sirve a nadie, seré feliz de saber que escribir lo que siento y pienso me está ayudando a mi a darme cuenta de qué me pasa y cómo me pasa y que fui lo suficientemente valiente para dejarlo ver.


Siempre que escribo me encuentro con algún tesoro. El valor agregado es que ese tesoro se queda en mis páginas para que yo lo visite cuando sea necesario recordarlo. Es un tesoro que me da regalos cuando sale de mi y cuando regresa a mi. Deseo, que puedas hacer lo mismo con los tesoros que llevas dentro; reconocerlos, darles forma con palabras, imágenes, sonidos para que vuelvan las veces que sea necesario a recordarte quién eres, qué has sentido, qué piensas, qué te duele, te carga, te anima o te sana.


Gracias por leerme, por escucharme, por seguirme, por tomarte el tiempo y la molestia de escuchar confesiones que poco importan para el devenir del mundo pero que me importan todo a mi.


Renovada, adolorida y más honesta vuelvo a Bhumi para mostrarte lo que me inquieta y me convoca, deseando que al compartir mis caminos puedas encontrar los tuyos a tu manera, en tus palabras y con tus recursos. Deseo que en este proceso de honestidad propia que dejo ver en Bhumi pueda inspírate, animarte y, porque no, inquietarte a seguir esa voz interna que tiene tanto por decirte y enseñarte. Esa voz que es tu sabia y amorosa intuición.


Te dejo el link de la “Meditación para Disolver el Dolor” guiada por Tenzin Wangyal Rinpoche, mi adorado maestro.


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